NOS HAN VENDIDO LA MOTO

A los madrileños nos han vendido la moto. No piense señorita Ayuso que ha engañado a alguien que no quisiera ser engañado. Nos ha vendido libertinaje por libertad. Después de 26 años del PP deteriorando la enseñanza, pública y privada, sí privada también porque ha primado el catecismo y la segregación sobre conceptos democráticos básicos.

La libertad no es algo que se tiene. La libertad no es hacer lo que nos dé la gana, cuándo nos dé la gana y donde nos dé la gana. La libertad es un derecho. Un ejercicio de responsabilidad y respeto. Que se ejerce desde la seguridad. La seguridad del acceso sin discriminación a la salud, la justicia, la educación y un largo etcétera de derechos del estado del bienestar.

Las escenas de la noche del 8 al 9 de Mayo son responsabilidad únicamente suya y de la política educativa de su partido. Nuestros jóvenes tienen un concepto erróneo de libertad fomentado por el ejercicio irresponsable e interesado de usted y su partido. Nuestros jóvenes no saben ejercer la libertad, ni que su libertad acaba dónde empieza la de los demás y viceversa.

La confusión deliberada de conceptos creada por usted en este caso costará vidas. Y lo peor es que a nuestros jóvenes, instalados en su borrachera de libertinaje, no les importa. Y parece ser que a usted tampoco.

Y Manuel fue pájaro.

CUENTOS SUICIDAS I

Parco en palabras. A penas un educado “buenas noches” cuando realiza el relevo en el edificio España desde hace 8 años. Custodiar un edificio abandonado es velar un difunto. Espeso silencio, levemente roto por algún sollozo de la barandilla de una escalera, que le lleva media noche recorrer hasta la azotea. 26 pisos. En cada uno de ellos le asalta un recuerdo de su vida. A veces amables recuerdos, otros son remordimientos, los más son tragos amargos que solo alguna rata que le sorprende en su camino puede disipar.

Ya en lo más alto. En el alfeizar de la cornisa, halconado otea la noche madrileña. El viento en su cara. En la altura se siente seguro. Ningún minúsculo puntito puede alcanzarle, ni hacer daño desde allí abajo. Manuel, desde chico siempre quiso ser pájaro. Ausentarse del mundo y observarlo libre desde fuera. Con lágrimas en los ojos recordó que aquella era la última noche que presenciaría esa escena. Tras la venta del edificio, a la mañana siguiente comenzarían las obras.

Callejero luminoso a sus pies, las farolas y neones dibujan un mapa espectacular. Gran Vía a la izquierda, Princesa a su derecha. Al frente una gran masa oscura, desgarrada por los destellos del Parque de Atracciones de la Casa de Campo. Vuelven ahora los recuerdos del piso 18, momentos de su niñez y la excitación con la que vivía las visitas al Parque de Atracciones. Como fueron cambiando sus preferencias con la edad. Del Carrusel de caballos blancos y dorados cuando era muy niño, al endiablado Enterprise, cuando la adolescencia le enseño a valorar lo bueno de ocupar la parte delantera de la cabina cuando iba con alguna chica de la pandilla, la velocidad de la atracción se ocupaba de que pudiera sentir nítidamente en la espalda los puñales de la chavala que ocupaba la plaza trasera.

La sirena de una ambulancia que gira a toda velocidad hacia San Vicente revienta la pompa de jabón en la que estaba sumergido tal y como si le hubieran dado una patada en los cojones. Eran muchos los años que habían pasado desde la última vez que sintió emociones parecidas. Ahora solo siente rabia. Rabia por el tiempo gastado, como gastado su espíritu zurcido a parches de tela vaquera. Más rabia siente aún. Los jóvenes de hoy compran sus tejanos con remiendos y desgarrones incluidos. Ignorantes engreídos. ¿Acaso pueden elegir cicatrices de diseño en su alma?


Ahora son sus propias cicatrices las que escuecen en su alma. Intenta poner en orden cual de todas fue la herida más profunda. Cierra los ojos con fuerza intentando que no se le escape la imagen de su retina. Hoy solo le queda su edificio. Con el que tantas noches ha compartido. Quizás no sea la herida más profunda, pero si la última que podía soportar. Inspira profundamente hasta casi reventarle el pecho. Se le acelera el pulso. El corazón desbocado en la sien. Y por fin, Manuel fue pájaro.

 

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