CUENTOS SUICIDAS III
-¿Cómo me has encontrado?
-No te he encontrado. Ya estaba aquí.
-¿Cómo me has encontrado?
-De verdad. Yo ya estaba aquí.
-Intento olvidarme de ti ¿y quieres que crea que me encuentro contigo por casualidad?
-No sé. Tu sabrás Yo solo estaba aquí.
-¿Es que no voy a poder librarme de ti nunca?
-No sé. Solo estoy donde debo estar. ¿Qué culpa tengo yo?
-Ya veo. ¿Por qué no me dejas en paz y me olvidas?
-¿Por qué dices eso? Yo no te hago nada. Simplemente estoy donde debo estar.
-Porque siempre me estas recordando mis putos errores. Siempre me estás recordando cuándo y en que me equivoqué. Don Perfección siempre dejándome en ridículo delante de todos. Recordándome a todas horas lo mediocre que soy.
-¿Perdona? ¿Yo? No. Eres tú el que siempre sacas los temas a colación. Sin venir a cuento. Y no soy Don Perfección ¿Qué culpa tengo yo? De tus ridículos y que pienses que todo el mundo te mira. Que pienses que a todo el mundo le importa lo que haces.
-Quizás tienes razón. Haga lo que haga a nadie le importa. Solo a ti y a mí.
-A mi tampoco te creas que mucho. Solo que siempre estoy por medio.
-¿Ves como me persigues para hacerme la vida imposible?
-Joder que coñazo de tío. Siempre de víctima. De pobrecito. ¿Qué quieres que haga?
-Que me dejes en paz de una puta vez.
-Eso es tu problema. Te repito que yo solo estoy donde debo estar.
-¿No podré librarme nunca de ti?
-Sinceramente, me temo que no. Que eso depende de ti. Y no creo que seas capaz.
-Veras como sí.
-En el mejor de los casos me librarás a mí de ti.
-Te odio. Eres deleznable.
-Tanto como tú.
-Se acabó. Voy a acabar con esta relación de una puñetera vez. No me vas a molestar nunca.
-No creo que te atrevas, ni que seas capaz.
-¿Quieres ver cómo sí?
-Tú mismo. Vas a volver a quedar como un imbécil. Un pobre idiota.
-Me da igual. No volveré a escucharte jamás.
Tras un brusco volantazo, lo último que escucho Juan fue un gran estruendo de chapa retorciéndose y cristales saltando por doquier. Durante unos breves segundos sintió la sangre caliente brotando de su pecho atravesado por un hierro que no alcanzó a identificar. Después oscuridad y silencio. Por fin silencio.