Tic-Tac, Tic-Tac. Transcurren los segundos con monótona precisión. Tic-Tac, Tic-Tac. Marcan las horas una detrás de otra y vuelta a empezar. Al fin y al cabo, un reloj es un reloj. Y con la misma monotonía que caen los segundos, caen las horas, los días, los meses… Tic- Tac, Tic-Tac. Monótono artilugio el reloj. O quizás no.
Quizás es como un libro. No hay dos iguales. Quiero creer, aunque algunos sean parecidos, cada uno tiene su historia. La que cuentan y la que encierran. La del autor, el impresor o quien lo compró. ¿Quién y por qué? ¿Por qué compró ese y no otro? ¿Por qué lo encuadernaron en piel, tapa dura o blanda? ¿Por qué el autor escogió ese tema en ese momento?
Los relojes son iguales. Todos marcan la hora. Todos tiene su propia historia. Aristocráticos de bolsillo, deportivos cronógrafos, carrillones, despertadores o el cuco de la abuela. Oro y diamantes o plástico. Maderas nobles o acero. Cada uno tiene su historia. De cuerda, automáticos o de pila. Ilustres como el Big-Ben y entrañables como el de la puerta del sol de Madrid que año tas años despide la nochevieja sin rubor ante la atenta mirada de millones de españoles. Arcaicos como los de sol o arena. A La vanguardia de la tecnología como los inteligentes.
Pero que historia encierra cada uno de ellos. Apasionante aventura nos contaría el reloj que acompañó a Hillary el 29 de mayo de 1953 a la cima del Everest.
El momento histórico en que un reloj anónimo inició la operación Overlord marcando la hora H el 6 de junio de 1944.
Relojes que guardan éxitos como el que marcaba el minuto 116 en la final del mundial de futbol de Sudáfrica. ¿Qué habrá sido de ese reloj?
Como un libro abandonado en un cajón, no hay nada más inútil que un reloj que no marque la hora. Pedro siempre pregunta a los vecinos del barrio. – ¿Qué hora es? Es que mi reloj atrasa y no quiero llegar tarde a la partida de dominó en el hogar del jubilado. –
Pedro le tiene cariño al reloj que la empresa regaló por los 50 años de dedicación. Los recuerdos que le trae y una modesta pensión es lo que le queda de entonces. Eso y la traición cuando le metieron en el ERE una semana después.
Marta pasa las horas mirando el carrillón de caoba que Joaquín le regalo cuando contrajeron matrimonio. Durante más de 45 años marcó las horas más importantes de su vida. Recuerda que cuando se puso de parto por primera vez, al pasar por el salón camino de la maternidad, marcaba las 3 de la madrugada.
La hora a la que salieron de casa para ser la madrina en la boda de su segundo hijo. O la hora que puso el doctor en el certificado de defunción de Joaquín.
Hace más de 15 que ya no marca nada porque se paró y hoy nadie fabrica repuestos para un reloj tan vetusto. Sin embargo, ella goza recordando en la esfera del carrillón tantos buenos momentos que sus manecillas marcaron y llorando los malos.
Sí, cada reloj tiene su historia. Y cuando lo miramos vemos la hora, pero lo que realmente nos está diciendo, es que el tiempo pasa. Y que de nosotros depende escribir esa historia. Tic-Tac. Tic-Tac.